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El oficial
Salinas miró con antipatía a la doctora Valenzuela.
Lo que le desagradaba
no era su cara (redonda, de ojos hundidos y medio kilo de maquillaje, rematada
con una doble papada) ni su ropa (una hectárea de gabardina por abajo y una
blusa a punto de escupir sus botones por arriba, rematados por un guardapolvo
gastado) sino el sobre en su mano y las palabras que lo complementarían.
-Es
maligno.
Salinas resopló. Había mirado el resultado de los análisis antes, pero no tenía una confirmación oficial de sus temores.
-¿Cuánto tiempo, Mabel?- dijo el policía.
Salinas resopló. Había mirado el resultado de los análisis antes, pero no tenía una confirmación oficial de sus temores.
-¿Cuánto tiempo, Mabel?- dijo el policía.
-Todavía no
sé. Tengo que hacer más estudios.-respondió Valenzuela.
-Mierda –
dijo Salinas, hundiendo la cabeza en el pecho. –En este laburo uno nunca sabe
si va a estar al otro día. Pero morirse así…
La doctora
suspiró. Siempre era duro dar estas noticias. La vida de un oncólogo estaba
llena de momentos así.
–Te hago un
certificado. Si querés, te puedo hacer uno de incapacidad. –Ante la mirada
confusa del policía aclaró: -Así, vas a poder pasar más tiempo con tu familia.
-¿Podés? Gracias.
El policía se levantó como si el aplastante peso de su propia mortalidad estuviera en sus hombros y se dirigió hacia la guardia.
Totalmente ajenos al predicamento de Salinas, afuera del hospital esperaban Julián Hauscarriague (alias El Llanta) y Jonathan Mamaní (alias El Yoni), ambos con salidas transitorias del Penal de Chimbas y en un aceptable estado de salud.
-¿Podés? Gracias.
El policía se levantó como si el aplastante peso de su propia mortalidad estuviera en sus hombros y se dirigió hacia la guardia.
Totalmente ajenos al predicamento de Salinas, afuera del hospital esperaban Julián Hauscarriague (alias El Llanta) y Jonathan Mamaní (alias El Yoni), ambos con salidas transitorias del Penal de Chimbas y en un aceptable estado de salud.
La razón de
su visita, Marcos Olivera (alias El Lengua), había ingresado minutos antes con
dos puñaladas en el tórax, causadas por ellos mismos. Olivera tenía información
que podía no sólo revocar las salidas transitorias de sus agresores, sino que
podía prolongar sus condenas en varios años, hecho que sacó a relucir en la
discusión que precedió a las puñaladas.
Ante la
posible supervivencia del agredido, El Llanta y El Yoni decidieron asegurar su
silencio. El alcohol, las drogas y el miedo los convencieron de que atacarlo en
la misma sala de guardia era una buena idea.
Ninguno
viviría para darse cuenta de lo equivocados que estaban.
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