viernes, 28 de septiembre de 2012

2-3


3-

El doctor Conrad miró el monitor que mostraba el descenso del meteoro. Era una sensación extraña, ver un escenario hipotético sucediendo en realidad. Supuso que el resto de técnicos en esta estación de control de la NASA sentirían lo mismo.
La operación Wormwood estaba por comenzar.
Conrad repasó mentalmente las generalidades del caso: un asteroide de 1 kilómetro de radio llamado YTR-14N, pasando a unos 10 kilometros de la atmósfera, con un campo magnético inusualmente fuerte. Lo suficiente para perturbar o incluso dañar mucha de la maquinaria eléctrica sobre la franja de la Costa Este. Los contribuyentes de New York no estarían felices si sus gadgets tecnológicos se volvían basura, y ni hablar de los marcapasos de esos vejetes en Washington.
Así que todo se reducía a poner un misil en la superficie de la roca antes de que se acercara demasiado.
Por supuesto, estaba la posibilidad de que algo saliera mal, y los cerebritos en Washington decidieron que sería más barato llevar la operación al cielo de un país extranjero que arreglar todo desde casa. Si el misil estallaba antes de tiempo, lo haria sobre Argentina. Si algún pedazo del meteoro no se desintegraba y caía a tierra, lo haría sobre Argentina. Se hizo todo lo posible para convencer a los argentinos de que no había riesgos, y como de costumbre, se lo creyeron. Al menos los gobernantes, que eran los que importaban.
Pero si todo salía como debía, Argentina estaba a salvo. El meteoro se desintegraría en una nube de fragmentos que se volverían polvo al cruzar la atmósfera. Según los meteorólogos, el polvillo se diseminaría por el aire, sin que un solo fragmento visible llegara jamás a tierra.
Por supuesto, que todo saliera como debía era su responsabilidad. Se crujió el cuello y empezó a dar órdenes.