sábado, 15 de septiembre de 2012

2-1


Capítulo 2: Llovizna de estrellas.


1

-Y vos, Niko, ¿como andás?
-Mejor que nunca, no sabés.
-¿Qué, estás saliendo con seis minas en vez de tres?
-En mi defensa…-Niko hizo una elocuente pausa tras la cual no agregó nada más.
-¡Mauro, Niko, vengan a ayudarme, pajeros!
El autor de estos reclamos era Lucas, el prometido amigo de Niko, y la ayuda requerida involucraba bajar una parrilla, leña y un cajón de cerveza del baúl de un Chevrolet Corsa.
Mauro midió con los ojos al suprascripto -1,80 mts, 90 kg mínimo y contextura musculosa- y decidió ayudar tan poco como pudiera. Después de todo, él mismo medía 5 cm. menos, pesaba 60 kg y no era tan fuerte como Lucas. No tenía punto cansarse si alguien más podía.
-Che, ¿y el dueño de la pelota?- preguntó Mauro, bajando la parrilla.
-¿Yo qué?-  dijo Nicolás, bajando del auto con una bolsa de supermercado, conteniendo pan y chorizos.
-Ah, ahí estás. Justamente eso te iba a pedir.
Con todo a la mano, Mauro se preparó para el antiguo ritual ejecutado por los machos de la especie desde tiempos prehistóricos: asar la comida. Sintió algo de nervios. Después de todo, dos hechos tiraban de él en direcciones opuestas. Por un lado,  pese a haber trabajado en una parrillada, jamás había hecho chorizos a la parrilla. Por el otro, tenía una habilidad casi imposible para la improvisación, una suerte de análisis-sobre-la-marcha que le permitía obtener resultados pasables en tareas que jamás había realizado antes.
Decidió enfocarse en esto último, mientras los demás hablaban.
-¿A qué hora era esto? –inquirió Nicolás.
-¡No! ¡Fue hace media hora!-respondió Lucas mirando su reloj con gran desazón.- ¡Puta madre, nos lo perdimos!
-¿Pero no era a las…?
-A las once y cuarto, que ojet…
-Falta una hora –intervino Mauro, sin levantar la mirada del fuego.
-Ah, claro –dijo Niko, levantando las manos. Ante la mirada inquisitiva de los demás, añadió –Hora de Yanquilandia, 23:15 allá, 01:15 del día siguiente acá.
Los chorizos se hacían a un buen ritmo –sin arrebatarlos estarían listos tan pronto como terminara la operación- así que Mauro se reunió con el grupo. Era una noche despejada, y una gigantesca luna llena bañaba la costa del dique, despedazándose en chispas blancas sobre la superficie del agua. Una brisa suave alejaba a los mosquitos –que, según Niko, eran balas .22LR.
-Nicolás, traete mi netbook del auto.
-¿Para qué?
-Mi cuñada me prestó el módem 3G, deberíamos de tener Internet acá.
-Nah, paja.
-Dale, que no puedo dejar la parrilla sola.
-¡Ah, ya voy yo! -dijo Niko con cierto fastidio, pero uniendo la palabra a la acción.
Le entregó al asador la computadora –una CX SL10 de industria nacional- y esperó a que estuviera conectada para intentar quitársela de la mejor forma que conocía: suplicar de modo exasperante.
-Prestame, prestame, prestame.
-Pará, jetón –espetó Mauro.
-¿Jetón? –dijo Lucas, arqueando una ceja.
Mauro gruñó. El insulto anacrónico no era novedad para su grupo, pero la sorpresa del recién llegado –que lo oía por primera vez- le recordó nuevamente que ya había alcanzado la treintena.
-Dejame que entre a /foilhat/ y te la dejo.
-¿Qué es /foilhat/? –preguntó Niko.
-El lado paranoico de cierto imageboard. Todas las teorías de conspiración de la Internet, y, de vez en cuando, algo útil.
-Como los planes a futuro de los Illuminati –terció Nicolás, riendo.
-Tampoco la pavada… no, nada nuevo sobre el meteorito… satélite yankee, plato volador, desechos de la Guerra Fría… tomá –dijo Mauro, extendiéndole la máquina a Niko.
-¡Yay! ¿Tenés Chatpal instalado?
Mauro lo miró por sobre el hombro con los ojos entrecerrados y un rictus en los labios.
-Ah, cierto que chateas con esta máquina –se disculpó Niko. Mauro se alejó meneando la cabeza en dirección a la parrilla.

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